Etapa 3: Mutriku – Lezama

Dejamos la costa y nos adentramos en el interior, entre montañas, bosques y prados.

[lwptoc]

8 de agosto de 2021. 70 km / 1336 m+

Se levantó un día espectacular y decidí salir a correr antes de que el camping cobrase vida de nuevo. Por la noche había estado lloviendo como era costumbre, pero el sol salía con fuerza y me regalaba unas preciosas vistas sobre el mar. La sonrisa no me duró mucho cuando comencé a trotar por los caminos que no hacían más que subir y subir por lo que, tras unos pocos kilómetros, decidí volver y no machacarme mucho las piernas pues quería hacer una etapa algo más larga que la de los días anteriores y no quería gastar fuerzas que luego me harían falta.

Amanece en Santa Elena

Después de un copioso desayuno y tras recoger el campamento, nos pusimos en marcha. Esta vez sí que salimos del camping por la carretera principal, sin caer en la trampa de Google Maps, habíamos aprendido la lección. En la etapa de hoy nos alejábamos de la costa para atravesar las montañas del interior por pequeños y solitarios caminos. Pasaban horas sin cruzarnos con nadie alejándonos así del bullicio que había en la zona costera invadido por los veraneantes que huían de las altas temperaturas que había en el resto de España durante esos días.
Cómo no, no había ni un metro plano en toda la ruta pero hasta que llegamos a Olatz, un pequeño pueblo situado a unos 4 kilómetros de Mutriku, el desnivel era llevadero. A partir de allí ya empezamos a sufrir un poco más.
La zona se iba viendo más ganadera, con grandes pastos de un verde intenso con las vacas pastando tranquilas bajo el sol y algunos caseríos que aparecían por aquí y por allá.

Dejamos el mar atrás.

 

Pequeñas carreteras del interior

Dejamos Guipuzcoa y entramos en Vizcaya entre montañas, prados y bosques. Los castaños están repletos de frutos y por el camino, nos paramos varias veces a coger moras que estaban dulces y jugosas. También encontramos perales y manzanos que nos refrescaron y quitaron el hambre.

En la etapa de hoy aprendimos una gran lección que nos sería de mucha utilidad el resto del viaje. Nuestra intención era parar a comer en Bolívar, a donde llegamos alrededor de las dos de la tarde. Según entramos al pueblo vimos la terraza de un restaurante que parecía estar muy animada y allí nos acercamos con la intención de coger una mesa. El restaurante estaba completamente lleno y con lista de espera. No habíamos caído en que era domingo. Preguntamos por otro establecimiento a unos simpáticos lugareños que nos dijeron que ese era el único en Bolívar y que, si queríamos comer algo, ya tendría que ser en el siguiente pueblo que estaba a unos seis kilómetros de distancia. De esos seis, tres eran de subida. Así que, con un hambre canina, no nos quedó más remedio que seguir. A partir de ese día, tuvimos mucho cuidado de, los domingos, parar a comer antes de la una de la tarde para no caer en el mismo error.

Curvas de herradura para salvar el desnivel

Después de saciar el hambre en Munitibar con unos sabrosos pintxos, pusimos rumbo a Guernika donde pensábamos acampar. Fuimos cruzando pequeñas aldeas, bosques y más prados de una belleza espectacular. Además, ya apenas había subidas y los kilómetros pasaban más deprisa.

En Guernika no había camping y los albergues estaban llenos o cerrados por lo que decidimos continuar y probar suerte más adelante. No conseguimos encontrar ningún sitio donde acampar ya que, como luego comprobamos, los campings se concentran en la costa y es raro encontrar alguno en el interior. Además, nos costó localizar algún sitio con habitaciones disponibles, las plazas hoteleras estaban ocupadas casi al completo. Finalmente encontramos una habitación en un hotel rural pasado Lezama donde pasamos una estupenda noche celebrando que ese día dormíamos en una cómoda cama. Lo malo fue que, saliendo de Guernika, la ruta volvía a tornarse en duros ascensos pero sabiendo que al llegar no tendríamos que montar el campamento, nos tomamos nuestro tiempo y disfrutamos de los paisajes.

Pequeños caminos entre las montañas

 

Cae la tarde

El hotel rural Matsa (www.ruralmatsa.com) se encuentra cerca de un polígono industrial, lo que me preocupó un poco en un principio. Luego mis dudas se disiparon pues la casa estaba en medio de un terreno a donde no llegaba ningún ruido y los alrededores eran muy tranquilos y bonitos. Las bicis pasaron la noche en un cuarto cerrado y el personal nos atendió en todo momento con un trato muy familiar y mucha amabilidad.

Hotel rural Matsa

Otra etapa más del Camino del Norte realizada. El viaje me estaba gustando mucho y mis expectativas se estaban viendo cumplidas. Después de leer tanto sobre este camino y escuchar las experiencias de otros peregrinos, por fin estaba viviendo y disfrutando mi propio Camino. Pura felicidad.

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