Pasando la noche en el Paraíso.
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Pasando la noche en el Paraíso.
Los mirlos me despertaron a las 4:30 de la madrugada con sus alegres cantos. A esa hora ya había amanecido y, entre la luz de la mañana y el jolgorio que se traían los pájaros, no conseguía volver a dormirme por lo que me levanté y aproveché para desayunar y recoger todo con tranquilidad. Bien temprano ya estaba rodando por las calles de Dubrovnik.
Enseguida pude comprobar que los croatas son muy madrugadores y la ciudad estaba muy animada desde bien temprano. Pasé por el mercado de las flores del puerto Luka Gruz y me di un paseo por sus puestos, entre la algarabía de vendedores, compradores, repartidores, etc., que daban vida a esa parte de la ciudad.
Para abandonar Dubrovnik definitivamente, hay que cruzar por el puente Franjo Tudman. No sé si siempre será igual, pero esa mañana hacía tanto viento que me vi obligada a bajarme de la bici y cruzarlo a pie.
Eso sí, las vistas sobre el puente te regalaban una bonita panorámica de la ría Rijeka Dubrovacka. Una curiosidad: en esta ría desemboca el Ombla, un corto río que no mide más que unos escasos 30 m de largo. Creo que es el río más corto que conozco.
Llegué a Villa Nave donde paré un momento para disfrutar de las vistas.
A partir de aquí, el camino comenzaba a subir y en pocos metros gané una altura que me permitió ver el pueblo desde el otro lado la entrada de mar.
Y por fin llegué a mi primer tramo de pista. No fue muy largo, algunos escasos kilómetros, pero siempre se disfruta salir del asfalto, aunque sea por poco tiempo.
La primera vez que vi la señal que advertía del peligro de encontrarte un jabalí en la carretera me hizo mucha gracia. Luego la seguí viendo durante todo mi viaje, pero nunca llegué a cruzarme con ninguno de ellos.
Entre olivares y viñedos me adentré en la península de Peljesac y así llegué a Ston, otra ciudad que rebosa historia por sus poros y que está perfectamente conservada.
Aquí se encuentra la segunda muralla más larga del mundo, por detrás de la china. Se construyó en el año 1333 y originalmente medía 7 km de los que solo se conservan 5.
Cuando salí de Ston, el sol ya apretaba desde lo alto. En el tramo de camino que me quedaba por recorrer no había prácticamente una sombra donde resguardarme y la carretera, que se abría paso entre viñedos, no daba tregua al calor. Yo no sabía que estaba comenzando una ola de calor y que en días sucesivos la cosa se iba a poner mucho peor.
Poco a poco seguí la carretera hasta llegar a Zuljama, un pequeño pueblo que contaba con 3 campings pero que solo uno de ellos estaba abierto en esa época del año, el Campingplatz Vucine (www. vucinezuljana.com). El sitio era realmente espectacular. Situado a pie de una preciosa y tranquila playa, este camping solo dispone de servicios muy básicos, pero, aun así, ha sido el camping de playa que más me ha gustado de todos los que he visitado.
Esa tarde, mientras me daba mi primer baño en el Adriático disfrutando de las calmadas aguas turquesas que me refrescaron tanto el cuerpo como la mente, pensaba que me gustaría haberme quedado un par de noches allí, pero, como tenía la agenda de las primeras semanas bastante ajustada, decidí que lo mejor sería seguir ruta a la mañana siguiente.
Esa noche tuve de vecinos a una pareja de cicloviajeros franceses que hacían la Eurovelo hasta Grecia. Me comentaban que la ruta de hoy les había parecido muy dura y que, después de muchas jornadas prácticamente llanas en Italia, en Croacia se habían dado de bruces con la montaña y estaban exhaustos. A diferencia de mí, ellos sí que decidieron tomarse un día de descanso y quedarse una noche más en ese maravilloso lugar. Sin duda, fue una buena decisión.
2 comentarios. Dejar nuevo
¡Que fotos y vídeos más bonitos! Y muy buen estilo de narración: es ameno y despierta mucha curiosidad. Voy a leer la próxima entrada 🙂
¡Muchas gracias! Espero que disfrutes igual de todo el viaje 🙂