Atravesando el Parque Nacional de Doñana.
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Atravesando el Parque Nacional de Doñana.
Anoche no me paré a pensarlo cuando programé el despertador y me levanto como cada día, a las 6 de la mañana, sin tener en cuenta el cambio de horario que hay entre Portugal y España, por lo que a las 8 me encuentro con que todavía no ha amanecido y yo ya estoy lista para ponerme en marcha.
La recompensa al madrugón viene en forma de amanecer en la playa de La Antilla. Aunque hace muchísimo frío, el cielo está completamente despejado y ya se ve que va a hacer un día precioso.
Con las manos congeladas llego hasta Lepe donde busco una cafetería donde tomar algo calentito, pero no encuentro nada abierto. Entonces caigo en que es festivo, seguramente abrirán algo más tarde por lo que continúo hasta el siguiente pueblo, Cartaya, donde sí que encuentro un bar donde tomar un café con leche y unas tostadas con tomate.
La ruta original continuaba por Aljaraque para luego llegar a Huelva cruzando el puente sobre el río Odiel, pero debido a unas obras, este puente está cerrado por lo que solo había dos opciones: o continuar por la Nacional hasta Gibraleón y luego girar hacia Huelva o, desde Cartaya, tomar la Vía Verde del Litoral. Obviamente, para evitar la aburridísima Nacional, me decanté por la segunda opción. Craso error. Al principio la Vía estuvo muy bien, pero en unos pocos kilómetros comenzó a cerrarse por las zarzas que se me iban enganchando en la ropa, estrechándose el camino cada vez más y finalmente siendo imposible avanzar por la cantidad de barro que había y que dejaba las ruedas completamente frenadas en el fango. Sin darme cuenta me vi metida en una verdadera trampa de la que no veía escapatoria. Por fin, toda llena de barro hasta los tobillos, conseguí meterme por un lateral y saqué como pude la bici de la maraña de zarzas para encontrarme en medio de una plantación de naranjas, es decir, en una finca privada. Al fondo se escuchaban ruidos de coches por lo que me dirigí hacia allí con la esperanza de encontrar una carretera por la que seguir, pero al mismo tiempo preguntándome cómo iba a salir de allí si las puertas de la finca se encontrasen cerradas que, al ser un día festivo, se me antojaba la opción más probable. Conseguí llegar junto a la carretera y fui bordeando las vallas hasta que vi una puerta a lo lejos que, afortunadamente, estaba abierta por lo que pude salir sin mayores problemas de ese embrollo en el que me había metido. La carretera era la Nacional a Gibraleón, la misma que había evitado en un principio por aburrida y que ahora me resultaba una opción maravillosa.
Cuando llegué a Huelva me quedé enamorada de su paseo por la ribera del río Odiel recorrido por un impecable carril bici que te lleva hasta la misma salida de la ciudad. El paseo estaba lleno de onubenses disfrutando del magnífico y soleado día festivo y de las estupendas vistas de las salinas y del Parque Natural Marismas de Odiel.
Salir de Huelva fue un poco más complicado ya que se tiene que atravesar una zona industrial con bastante tráfico de camiones pero pronto se alcanza la carretera que atraviesa el Parque Natural de Doñana donde todo se vuelve más calmado. Me llama la atención los carteles de la carretera avisando del paso de linces y pienso en cuánto me gustaría ver a uno de estos animales. Sin apenas darme cuenta llego al camping que hay pasado Mazagón, donde pensaba pasar la noche pero todavía es muy pronto para parar y decido continuar un poco más adelante.
Junto a la carretera hay un carril bici que luego se torna en una pista por la que puedo ir rodando sin apenas dificultad ya que el terreno es prácticamente llano. Sin darme cuenta, los kilómetros van pasando y todavía con el sol alto, llego a Matalascañas donde me despido del Océano Atlántico y pongo rumbo norte hasta llegar a El Rocío donde mi cuentakilómetros me indica que he recorrido 123 km. Ahora sí que me duelen las piernas y, tras dar un paseo por este precioso y pintoresco pueblo, me dirijo al Camping La Aldea (www.campinglaaldea.com) donde, sin pensármelo dos veces, me alquilo un bungalow para pasar mi última noche de ruta con todas las comodidades que te dan una cama, baño privado y una buena calefacción. No se me ocurre mejor recompensa para mis doloridas piernas.
Aprovecho la terraza para sacar la tienda de campaña y ponerla a secar en un sitio soleado ya que, al día siguiente en cuanto llegue a Sevilla, dejaré mi bici junto con todo mi equipaje en Correos para que me la envíen a casa y quiero asegurarme de que todo esté lo más seco posible.
Esa noche ceno un sabroso menú en el restaurante del camping y una vez ya en la cama y antes de dormirme, no puedo evitar hacer un pequeño balance de todo lo que ha sido mi viaje desde que salí hace algo más de un mes de Santiago de Compostela con la ilusión de todo un emocionante proyecto por delante.